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Alfredo P. Pérez



TU ENCUENTRO

Me encanta perderme
en la inmensidad de tu encuentro,
el de la mañana,
cuando abro los ojos
y la mejor imagen del día
está sobre la almohada
esperando paciente a que yo despierte.
Me encanta perderme
en la inmensidad de tu encuentro,
porque tú me transitas,
porque yo soy tus estaciones,
tus aeropuertos,
el abrazo de adiós y de bienvenida,
porque en mí quiero que te pierdas,
porque en mí quiero que viajes
siempre de ida
y con maleta de largo recorrido.
Me encanta perderme
en la inmensidad de tu encuentro,
ver la cara que pones al verme,
la de un niño ante el regalo
y que me abras con prisas
y me arranques lo de adentro.
Me encanta perderme
en la inmensidad de tu encuentro,
y que tú hagas de mí
y que yo haga de ti
el destino de cada uno
de nuestros pasos.

SOLEDAD

La noche llega imperdonable
y tú, ingrato silencio,
me abrumas con tus gritos negros,
y abrazas a las sombras,
mi única compañía,
vistiéndolas de luto y duelo.
Mis manos, huérfanas de piel ajena,
ya sólo sostienen
el recuerdo de mi tiempo
entre los dedos.
Pero tú, silencio,
me devoras por dentro,
y del dolor aprieto las manos,
asfixiando esos recuerdos.
Y me agarro las entrañas,
vuelto al feto de la madre,
matándome más si puedo.
Y quebrado, a trozos,
roto en llanto,
me dejo arropar por ella,
Inseparable compañera,
abandonándome al sopor
del olvido eterno.

LA PUTA VIDA

(esto no es un poema)

Una madre camina de la mano
de sus dos hijos.
El más pequeño,
no más de diez años,
habla sin descanso,
como la vida
que le hierve dentro.
De la otra mano,
agarrado con fuerza,
se deja guiar
un adolescente ciego,
bastón en la izquierda,
seguridad en las dos,
que ríe la verborrea de su hermano
como si viera todo lo que escucha.
La madre lleva un pañuelo
en la cabeza, a modo pirata,
disfrazando las consecuencias
de un cáncer que amenaza
la estabilidad de su bote,
lleno de agujeros, aún a flote.
Que la vida es puta, no hay duda.
Pero si te toca en suerte,
qué ironía, aún va y te jode.
No sé cuál será el final
de esta historia,
tan gris como el suelo que pisa.
Quiero creer que habrá justicia,
que ella logrará salvar su barco,
a pesar de los cañonazos
y del vaivén de los días.
Quiero pensar que no hay herida
que el tiempo no cure,
y que esta madre,
aun teniendo kriptonita en sangre,
seguirá vistiendo capa
de heroína en tierra.
Una madre camina de la mano
de sus dos hijos,
tan héroes como ella.
A un lado, apoya sus pasos
en un joven que necesita bastón
para guiar los suyos.
Y de la otra mano un pequeño
que, pura luz y adulto
antes que niño,
alivia el dolor con sus historias,
riéndose en la cara de la puta vida.

TÚ: MI MÚSICA DE FONDO

Con el devenir de los días
y con el vaso a medias,
aún por brindar,
hacemos camino nuevo
arrastrando, conformistas,
la levedad de lo cotidiano.
Y en algún momento de nuestro viaje,
con la mano tendida,
nos llega música de fondo
hecha carne, hecha pecado,
con nombre propio,
reflejo de la sinrazón medida.
Y te hace ver que, a pesar
de la fragilidad de los sueños
merece la pena romperse por ellos.
Y te dejas empujar por ella
al otro lado del abismo de la desidia
que hasta hace un momento
parecía insalvable.
Y se instala, muy adentro,
allá donde sólo te vestías de sombras,
cubriéndolas de ilusión renovada.
Y ese vaso a medias,
aún por brindar,
parece ahora más lleno.
Emprendes nuevo camino
hecho a medida para tu paso,
desvestido de sombras,
envuelto en luz nueva,
en ti embebida,
en dirección hacia el lugar
que te corresponde por derecho.
Atrás queda el cómodo sillón gris,
al fondo de lo lejano,
ya tan sólo un recuerdo.

MI VIAJE

A veces me voy de ti
porque creo que el mundo
me llama a recorrerlo.
Salgo y no puedo
dar un paso.
Miro atrás y veo
que tú eres mi viaje,
tú mi camino,
pues allá donde voy
contigo...tengo aventura.

RECUERDO

Recuerdo aquella noche,
sabios en nuestra experiencia.
Primero nos quisimos,
después nos asesinamos...un poco
Recuerdo tu sueño,
tu respiración calmada,
mientras, yo...me ahogaba,
y encendía cigarros
para disfrazar tu olor.
Recuerdo la mañana de desayuno frío
y tostadas quemadas,
de ceniza renovada
y conversaciones sin fondo.
Recuerdos que días me salvan
y noches me matan,
que me ofrecen versos
para calmar mis ansias.
Y momentos en los que me entrego a la velocidad de la prosa, esperando no reconocerte en rimas encontradas, tropezando en delirios alcoholicos, donde el humo y la cerveza desprestigian mis palabras.
Y así, borracho,
me permito el lujo de lanzarme
a la blasfemia de la belleza,
asesinándome...un poco.
intentando borrar recuerdos
que días me salvan
y noches, me matan...

OLVIDASTE QUE EXISTÍAS

La tarde languidece lentamente
como quien da sus últimos estertores
y se deja ir, tranquilo.
El cielo descarga la rabia contenida
igual que el niño
se desahoga llorando
ante la injusticia de una madre.
Y ahí, en tu sillón, impasible,
ausente del mundo
que un día te habitó,
descansas, abuela, observando
el pasar del tiempo, lento y estéril.
Ya no hay neurona que te sustente,
ya no hay memoria que te visite,
ya tan sólo pervives en el recuerdo
ajeno, en el mío, que tanto
te echa de menos.
Ya no volverán esos desayunos
de cebada caliente y pan tostado.
Ya no volverán
esos días de pueblo,
anclado en otro tiempo,
aislado en otro cielo,
donde aquella niña
de ojos marrones y aire resuelto
monopolizaba mi sueño.
Ya no volverán esas tardes
de tormenta donde, asustado,
me cogías la mano y me decías
-la gente grande como tú
no debe temer a la lluvia,
a los rayos y a los truenos-
y me dabas agua con vino y azúcar
para alejar el miedo.
Y ahí estás, sentada en tu sillón,
Inerte, habitando el olvido.
Desviviendo lo vivido.
Bien quisiera que volvieras,
aquí y ahora.
Y esta vez sería yo
quien te cogiera la mano,
y con la certeza con la que habla
un corazón que anhela te diría
-abuela, las personas grandes
no deben temer la tormenta-.
Pero ahí estás, sentada en tu sillón,
vestida tan sólo de sombras,
con los ojos tan grises
como las nubes que miras sin ver,
a punto de apagarse del todo,
igual que la luz del día.
Fuera explota el cielo con un relámpago,
en unos segundos llega el trueno.
Tú impávida, y yo... rompo a llorar.

UN VIENTO DE CAMBIO

Con el corazón lleno de agujeros
y los hombros cargados
con el peso de la derrota,
detengo mis pasos en el camino
y miro hacia arriba
pidiendo respuestas.
Y como el que eleva
el dedo mojado al aire,
ando buscando un viento
de cambio que me ayude
a variar mi rumbo.
Doy un paso,
y con la determinación vacilante,
miro por penúltima vez
hacia atrás
y continuo el camino,
aún por pisar,
más ligero de hombros
y con el corazón
igual de lleno de agujeros,
que, aun siendo heridas,
sirven para llenarme de luz.

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