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Marco Antonio Flores Zavala



 
SIN TÍTULO

Mientras veo como gana el Atlas (4-1).
Sí vale la pregunta, al staklear Facebook: qué diría la Luna, esté como esté, si dijiese lo que ve, lo que vio...
Shakespeare...

CINCO NOTABLES DATOS

1. Viaje de casa al trabajo. En bus. Miré chicas pintándose el rostro. Bonito.
2. Miré con puntualidad cómo y porqué se construye un mensaje político. Me instruí.
3. Leí y me gustó la actitud política, en defensa de la ciudadanía, de un diputado joven. Haré lo mismo mañana.
4. Leo un libro que Mateo utilizará con racionalidad. Amará. Lo sé.
5. Harto contento espero a Anne en un estarbaks, sita en conocido bulevar y elegantes guardaespaldas.
Ánimo, somos ciudadanos y seremos más.

SIN TÍTULO

Morí muero morireé.
Fin
Pinche mundo

2045

La luna, merced a la posición ante el Sol, va oronda.
Está bonitilla.
Pero saben, me place más el golpeteo a un balón. El juego es barrial.
Buenas noches.

1630

Vi una aguja sin hilo en el piso de la calle donde vivo.
Estaba allí, visible por recibir y reflejar la luz solar.
No hace falta un pajar.

SIN TÍTULO

Recuerdo que, cosa de los tres años, conocí la calle con autos, personas, banqueta, tierra. Los robachicos era un lobo a la Pedro (el del relato).
Recuerdo la edad, porque nació un hermano.
Recuerdo que solo, solitario, conocí la Lagunilla y el entonces hermoso jardín de La Madre.
Recuerdo que mi madre, cansada de mi pateada, me llevó a la escuela primaria. Me hizo ir a los 4 años. Nada de kínder; nada de inscripciones.
Recuerdo a mi maestra Avelina. Una santa mujer que me enseñó a leer, escribir, contar.
Recuerdo mi rede (bolsa de red con hilos rojos y blancos). Nunca la dejaba, ni al saltar la cuerda, ni andar tras el balón del soccer.

Recuerdo el nombre de mi escuela primaria: Beatriz González Ortega. Tres patios. Salones de lámina. Auditorio de ladrillo.
Recuerdo que nunca llevé dinero para el recreo. Llegábamos a la escuela desayunados (prole de 5 hijos. Yo soy totalmente prole -ahora terrenal-).
Recuerdo el escape más chingón de mi infancia. No entré a la escuela. Fui a un edificio decorado con cantera y esculturas de yeso. Entré a la nave principal y miré una imagen fantástica e indeleble: un hombre duerme, pese a las olas que mueven la barca. Duerme pese a los gritos de sus colegas.
Recuerdo que no tuve culpa por escapar ese día.

Recuerdo a los habitantes de la calle Indita. La maestra Inés, estimada por los adultos, colaborada por los matrimonios jóvenes.
Recuerdo su maxipeque casa. Totalmente primera mitad siglo XX. Era de adobe, techo sostenido con gualdra. Piso terroso (obvio, había gatos para señorita decimonónica).
Recuerdo su cama de latón, cobijas de feria y colcha tejida. El ropero sin espejo. La civilidad del XIX impedía la conjunción clasemediera.
Recuerdo que un pastor católico la visitaba. Platicaban con la puerta abierta.
Recuerdo que la casa de la maestra Inés no tenía zaguán.
Recuerdo que esa casa luego fue habitada por Lupe y su prole de tres hijos.

Recuerdo que entre la escuela primaria y la avenida Juárez estaba un hermoso jardín. Le llamaban Jardín de La Madre.
Recuerdo que las zonas verdes estaban limitadas con piedras negras -quizá volcánicas-. Había caminos terrosos.
Recuerdo que había varios boleadores. Ese oficio nunca me atrajo. Desde niño mis zapatos patean sucios.
Recuerdo que cada mañana cruzaba el jardín. Cada mediodía volvía por allí. Luego, cuando me tocaba pasaba otra vez, para ir por las tortillas.
Recuerdo que el jardín fue destruido. Destrucción total. El pretexto fue para que se mirara un templo católico.

Recuerdo que hice amistad con el hijo de mi maestra de tercero. Beto se llama.
Recuerdo que Beto me obligó en los juegos de la amistad a tomar clases de catecismo sabatino.
Recuerdo que la historia bíblica que más me gustó fue la de José el soñador.
Recuerdo que el abuelo de Beto era el pianista del templo católico contiguo a mi escuela.
Recuerdo que Beto estuvo en la escolta, se casó muy joven y el día de su boda paseó por la avenida Juárez en un auto descapotado.

Recuerdo que en La indita existió una vecindad. El complejo habitacional tenía otra salida, en la calle Pino Suárez. Ahora el lugar es un estacionamiento.
Recuerdo de la vecindad las paredes de adobe, los cuartos-casa, los aseos colectivos; las escenas de afecto, odio, pobreza y de navidades; la infaltable ropa tendida; la tierra para jugar y los arroyos que formaba el agua de los lavaderos.
Recuerdo que la vecindad fue un espacio de prostitutas, amantes y familias.
Recuerdo a doña Bernarda, quien freía rebanadas delgadas de papa y cocía atole de masa. Esto lo ofertaba en el jardín de la Madre, en las tardes.
Recuerdo a doña Petrita, la última habitante adulta de la vecindad.

Recuerdo el enorme patio de la casa de los Saucedo. Era un corral con dos pirules.
Recuerdo que allí jugué de todo. Salté entre las ramas y al final olía a curado de espanto.
Recuerdo la enseña: la palabra chingar es infernal. Al decir, pensar o escribir moriría para ir directo al averno.
Recuerdo que saltando en mi cama, con singular alegría, dije: chinga tu madre. Y zaz: sigo aquí.

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